Mientras el mundo está a las puertas del siglo XXI, la pregunta es,
¿caeremos en el caos o seremos capaces de crear un orden internacional?
Si uso palabras fuertes para presentar las alternativas es sólo para
alentar a todos a buscar una solución para el diagnóstico de Henry
Kissinger de que “el mundo de hoy están en un estado de desorden
revolucionario”.
Desafortunadamente, los políticos contemporáneos están tan
preocupados por resolver tensiones y conflicto actuales, que ignoran una
meta ambiciosa, la creación de un nuevo orden mundial.
En el pasado, los nuevos órdenes internacionales se establecían como
resultado de grandes guerras –por el Tratado de Wastphalia luego de la
Guerra de los Treinta Años, por el Congreso de Viena después de las
Guerras Napoleónicas, por el Tratado de Versalles luego de la Primera
Guerra Mundial, en Yalta y Potsdam después de la Segunda Guerra Mundial.
Siguiendo el paso de la historia, un nuevo orden mundial debería ser
haber sido establecido luego de la Guerra Fría.
La noción no es nueva. Entre los políticos contemporáneos que se
refirieron a la necesidad de un nuevo orden mundial estuvo el primer
presidente George Bush. Desde el verano de 1990 hasta marzo de 1991,
utilizó el término “nuevo orden mundial” 43 veces.
Lamentablemente, sin embargo, el final de la Guerra Fría sólo creó
más inestabilidad, más desafíos de seguridad y fuentes de conflicto
internacional. Por otro lado, también creó oportunidades extraordinarias
para resolver muchos problemas, resultado de la tensión inherente de un
sistema mundial bipolar.
Cuando, a principios de los ’90, el politólogo norteamericano
Francis Fukuyama llamó al final de la Guerra Fría “el fin de la
historia”, algunos pensaron en desafiar esa idea. Pronto fue claro, sin
embargo, que en lugar de “final de la historia” estábamos en realidad
frente a “una vuelta de la historia”, es decir, un revival de fuentes
tradicionales, históricas de tensión y conflicto internacional. El curso
es irónicamente llamado el “regreso al futuro”.
Este es el diagnóstico general. La terapia de larga duración sería la creación de un nuevo orden mundial.
Esto significa definir las tendencias de económicas, tecnológicas,
militares y sociopolíticas que decidirán el futuro de las relaciones
internacionales. Esto incluye todas las transformaciones dramáticas que
están teniendo lugar como resultado del fin de la Guerra Fría –la
disgregación del sistema mundial bipolar y la cooperación, en lugar de
confrontación, entre recientes adversarios ideológicos. El término
“nuevo orden mundial” también cubre el emergente sistema internacional y
la necesidad de crear un nuevo balance de poder, así como nuevas
estructuras.
Un rol importante en el nuevo orden global debería ser jugado por
las Naciones Unidas –reformada y adaptada al nuevo balance mundial de
poder, y a nuevos desafíos y amenazas. El nuevo orden mundial debe estar
equipado con un instrumento efectivo con la forma de una fuerza militar
internacional. Esa fuerza debe constituirse para enfrentar cualquier
agresor potencial que piense utilizar su ejército como herramienta para
perseguir objetivos políticos.
El nuevo orden mundial también significa un rol más importante de la
diplomacia y técnicas diplomáticas para resolver conflictos
internacionales. Significa cambiar el énfasis de los métodos militares a
los diplomáticos. La reducción de armas continuará siendo un componente
importante de la agenda del nuevo orden mundial.
Muchos creen que la manera más efectiva de asegurar la paz mundial y
la estabilidad es mediante la introducción universal del capitalismo de
libre mercado. El primer presidente Bush a menudo expresó la
importancia del Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial en
modelar el nuevo orden global. Reuniones del Grupo de los Ocho países
más industrializados han reemplazado las viejas conferencias de los
jefes de estado.
El nuevo orden a menudo es visto como una manera de proveer al mundo
más estabilidad y seguridad. Pero la democratización y la creciente
lucha por la soberanía en varias partes del mundo han contribuido a
crear más tensiones y conflictos, más internas que internacionales (como
en Yugoslavia, la ex Unión Soviética y África), que a estabilizar la
situación. La estabilidad mundial debe ser tratada como una meta a largo
plazo. En el corto período, debemos concentrarnos en construir
mecanismos organizacionales y herramientas para prevenir agresiones.
Si no es posible establecer un sistema global de seguridad, entonces
deberíamos apuntar a establecer sistemas regionales. En el presente,
sólo tenemos un sistema de seguridad efectivo euro-atlántico, basado en
la OTAN. Pero ese sistema ni siquiera cubre toda Europa. Regiones como
Asia, África y América Latina, que son menos estables que Europa, no
tienen ninguna estructura regional de seguridad. El establecimiento de
seguridad regional y sistemas de cooperación parecen ser un deseable y
posible objetivo a mediano plazo.
Tengo la impresión de que los políticos están tan ocupados con los
temas cotidianos que se han olvidado de las generaciones futuras. La
tarea ambiciosa de formular un nuevo orden para el futuro está esperando
que una persona, grupo o país lo cree en términos intelectuales y
políticos, y le de dimensión internacional. El asunto es urgente.
Pero me gustaría expresar que el nuevo orden mundial no debería ser
la creación de una superpotencia, sin importar cuán fuerte sea en un
momento dado de la historia. Bajo los principios democráticos que
formalmente gobiernan las relaciones internacionales, la tarea debería
ser asumida por todos los actores de la escena política mundial, aunque
sea obvio que el peso cualitativo de los estados individuales difiera
enormemente.
Estados Unidos tiene el mayor número de ventajas entre todos los
países: la economías más grande, el ejército más formidable, el
potencial tecnológico y financiero más importante, así como la fortaleza
política, influencia ideológica y cultural. Su déficit de presupuesto y
comercio, así como la tensiones domésticas, restringen el compromiso de
EEUU en el mundo, y su unilateralismo tampoco contribuye a su prestigio
internacional. Pero ningún otro país como Estados Unidos puede lograr
una combinación de poder duro y blando – político, económico,
diplomático, ideológico, cultural y militar- para asumir la política
mundial.
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